La mesa es donde se comparten muchos momentos sagrados para las comunidades de habla hispana. Es donde las mamás cosen sus ropas juntas y los papás preparan sus ceviches favoritos. La mesa es donde se escuchan las carcajadas más sonoras y en donde tienen lugar las conversaciones difíciles. Es el corazón de nuestra cultura— donde la familia se reúne.
En muchas comunidades de habla hispana, el trauma deja rastros en nuestras mamás, papás, tíos y tías. Antes de que nuestros seres queridos aprendieran a jugar con juguetes, aprendieron a sobrevivir. Otros tomaron el rol de mamá y de papá antes de tener hijos propios. Algunos cruzaron a El Norte antes de entrar a la escuela primaria. Nuestros seres queridos desarrollaron habilidades de sobrevivencia que dejaron otras necesidades – como el bienestar mental – sin atender.
Las personas Latinas/Hispanas a menudo se enfocan en los síntomas físicos de la salud mental y tienen el doble de probabilidad de buscar ayuda para un trastorno de salud mental con un proveedor de atención primaria en lugar de un especialista de salud mental.
La concientización sobre la salud mental es escaza en nuestros hogares debido a que los ancianos fueron enseñados a no expresar sus necesidades. Esta falta de diálogo abierto a menudo le enseña a los jóvenes a lidiar con sus problemas en silencio.
Los problemas relacionados con el suicidio y salud mental están en aumento en toda la nación en las comunidades de habla hispana, particularmente entre los jóvenes.
La mesa destaca los momentos en que nuestros seres queridos estaban ahí, a pesar de que no sabían cómo. Nuestras mamás y papás no usaban palabras como depresión o trastorno de ansiedad. En cambio, usaban la mesa para cuidar de nosotros cuando teníamos una dificultad. La mamá a menudo dice: “Usted puede, mija”. En ocasiones el papá ofrece un plato de carne asada, frijoles y arroz. En otras ocasiones, rezan en silencio. Nuestros padres ofrecen lo que pueden, o lo ofrecen en la forma que pueden. Lo hacen juntos, en la mesa.